20070402

Lo bueno que tenemos dentro es un brillante...

Mariela entra en un bar. Divisa en una mesa a dos amigos suyos. Se acerca y los saluda con una sonrisa. “Pero Juanse tiene novia”, piensa, “ya fue”. Esquiva sillas y llega a otra mesa. La espera Julieta, su amiga.
- Ese chico que saludaste, lo conozco -.
- ¿Cuál de los dos? – Pregunta Mariela.
- A Juanse, es amigo de un amigo mío -.
Ambas miran a la mesa en la que los dos hombres están sentados. Las miradas se cruzan y Juanse le sonríe a Julieta. Ella se para para saludar. Mariela se pide un trago.
- ¿Lo viste a Marcelo? – Pregunta Julieta.
- Sí, está re-cambiado. Me habló de vos el otro día – Dice Juanse.
- ¿En serio? ¿qué te dijo? -.
- Estábamos hablando de un bar y me dijo que a vos te encantaba y que cada tanto te das una vuelta -.
- ¡Ah, sí! Uno de San Telmo – Asintió Julieta. - Sí, uno de San Telmo. ¿Vas mucho por allá? -.
- A veces, ahora ando re-ocupada. Laburo los finde -.
- ¿En qué laburás? -.
- En unas fiestas – Julieta ríe – Sin comentarios –.
- Bueno, jaja, está bien, – dice Juanse – pero hoy estás acá – le dice acercándose a ella.
- Hoy estoy acá – confirma Julieta, asintiendo y dejando al descubierto los dientes.
Mariela recibió el trago. La cerveza no le gustaba. Demasiado amarga para sus labios. Bebió y miró el suelo. “Las salidas con Julieta siempre son raras”, pensó, “o nos ganamos un bombón cada una, o se tranza a un pibe que me gusta”. Esta vez, fue lo peor. Y Mariela ya venía de bajón.
En cuanto los otros se besaron, ella vació el vaso y se fue al baño. “Siempre la misma mierda, siempre perder”.
Cuando volvió, se fue a la barra, no quería estar cerca. Pidió algo más y rodeó el vaso con sus manos. Jugó con los cubitos. La mirada fija, los ojos brillantes. Alguien se sentó a su lado. Ella bajó la cabeza, no quería compañía. Quería enterrarse en un pozo, quería desintegrarse en silencio. Cayó una lágrima y levantó la mirada.
- Decime que hay algo más, Alejandro… Decime que no existe sólo lo que me pasa. Que hay algo más allá… sino… la vida es una mierda. – Mariela lo miró, pero no recibió respuesta. Sólo unos ojos mayores a los suyos y no le decían nada.
- Antes creía – siguió Mariela – que había una esencia en las cosas. En las personas que uno conoce. Un hombre, una mujer, un viejo, un nene… Hay algo brillante, algo adentro. Una luz, una pureza, que después de mucho tiempo de conocer… o en un segundo, no sé, aparece. Y es algo que te toca, te llena. Te conmueve, te alegra y hace llorar. – las lágrimas continuaban – Y eso te hace… sentir que la vida vale la pena. Quisiera creer en eso -.
Agachó la cabeza. Su frente tocó la barra. Sus ojos abiertos no se secaban. Alejandro sólo la miraba. Luego acarició su pelo y dijo:
- Sí que creés, no podés evitarlo. Y es cierto -.
Mariela sale de pronto. Agarra sus cosas y sale. Camina de prisa, los ojos ya secos por el aire de la noche. Alejandro la detiene.
- Esperá, ¿a dónde vas? -.
- A suicidarme – dice Mariela, y se ríe como si fuera una broma.
- ¡Calmate! -.
Alejandro la toma de la cara. Mariela rompe en llanto. No puede más. Quiere salir de esa vida. De a poco se va calmando… De pronto, siente un sacudón en Alejandro. Levanta la vista. Él está pasmado, tiene la cara muy rara.
- ¿Qué te pasa? – Pregunta Mariela.
Él duda. La mira y le dice:
- Me enamoré de vos. Así, de repente -.
Y se besan.
310505

20070115

Permanecer a oscuras

Era un lugar húmedo, de eso no había duda: se oían repicar goteras a cada rato. De lo que no estaba seguro era si estaba en un sótano, un depósito o una bodega. Igual, por más que lo intentara era muy difícil ubicarse. Lo único que escuchaba del exterior era el auto, que se acercaba desde lejos muy de vez en cuando. ¿Dónde estaría? El por qué ya lo sabía bastante bien, aunque aún no comprendía: Sus padres poco podrían ofrecer, ya que ambos debían trabajar para lograr llegar, a duras penas, a fin de mes. Tíos no tenía y sus abuelos eran pobres jubilados que cobraban centavos.
¡Al fin! La comida. Por lo menos lo alimentaban. No era un festín, pero eso no importaba. Además, hacía rato que no probaba buena comida. Siempre yendo de un lado a otro. Fast food, un choripán por ahí. Nunca le había importado: en casa no quería estar. Todo por un capricho. ¡Cómo extrañaba el cenar todos juntos!
Debían de haber pasado dos o tres días desde aquel momento en que le bañaron los ojos de oscuridad. A partir de ese instante toda su mente cambió. No confiaría en nadie más. El dolor en la nuca era punzante, insoportable. Si no se hubiera resistido, capaz... Y los brazos, ni hablar. Hacía tiempo que estaban acalambrados en su espalda. El sólo pensar en estirarse en una cama mullida incrementaba su dolor.
Bueno, pero no tenía que amargarse: seguro que la policía los iba a encontrar, o quizás en un momento de descuido él podría escabullirse, sólo tenía que planearlo, tal vez inventando una enfermedad...
Hacía un rato que había silencio. ¿Sería de noche? Pasos en la otra habitación. ¡Tenía que ser su padre, que venía a buscarlo!...
Alguien susurró unas palabras "... pudrió todo... rajemos... ¿el pibe?... " No entendía nada. ¿Habría terminado ese encierro de una vez por todas? ¿Qué iban a hacer con él?
Entraron en la habitación. Alguien le desató las manos de la silla. ¡Su oportunidad! Pero no, enseguida lo agarraron firmemente de las muñecas y lo ataron. " No te vayas a escapar, ¿eh? " Si hubiera tenido un segundo más...
¿Y ahora qué? "¿Adónde me llevan?" La respuesta no se hizo esperar, la punta del revólver se posó fríamente en la sien. "¡Callate y caminá!".
¡Mierda! ¿Justo a mí me tenían que agarrar?. Lo introdujeron en un cajón. No, el baúl de un auto. El motor arrancó.
Mientras intentaba desatarse pensó en sus padres. Sus compañeros de curso. ¿Se habría perdido la prueba de Economía? Igual, con todo este lío capaz que zafaba. ¡El cumpleaños de la abuela! Pobre, qué mal la debía estar pasando. ¡Y él que le había prometido una pastafrola casera!...
El coche paró. Pasos corriendo, alejándose. Silencio...
En cuanto se desató empujó la puerta con todas las fuerzas que le quedaban. ¡Estaba destrabada! ¡Podría haber salido en cualquier momento!
Las aliviadoras gotas de lluvia recorrieron su rostro sonriente. Se quitó la venda que cubría sus ojos y lloró la libertad.
11/2001

20070112

Otto Meiling

En este momento hay una ventana, muy lejos de aquí, por la que se puede ver el atardecer. El sol tiñendo vapores fríos y glaciares de un rojo hogareño. Sé que en este lugar hay alguien observando ese sol desde la cocina de la cordillera, en la calidez de la amistad y el descanso. Unos pies fatigados agradecen el final del camino y unos ojos vivaces admiran la naturaleza.
Ese lugar no recuerda mi presencia, esas personas no recuerdan mi sonrisa, las piedras olvidaron mis pasos y el aire helado recorre otros pulmones. El cóndor alguna vez me vio, y los arroyos canturrearon a mi lado, la tierra se hundió bajo mis pies y los árboles me vieron pasar.
No estoy allí, ese paraíso me ignora, pues no tiene memoria ni tiempo. Sólo está, permanece. Recibe extraños de lugares lejanos y los despide en el mismo silencio. Que no es mudo ni falto de mensaje, ya que las aves vuelan, el viento silba, las piedras ruedan y los ríos corren. Es un saludo, un canto, un cuento. Que dice que en este momento hay una ventana, muy lejos de aquí, por la que se puede ver el atardecer.

280703